Comencemos por aclarar que en España no existe una limitación de edad máxima a la que se permite la conducción de un vehículo terrestre. Sí existe para aviones comerciales (65 años), aunque tampoco hay límite para aeronaves privadas, como tampoco para navegar.
Los requisitos de edad para obtener el permiso de conducir, el carné en términos coloquiales, se recogen en el Real Decreto 1055/2015, de 20 de noviembre, por el que se modifica el Reglamento General de Conductores, aprobado por Real Decreto 818/2009, de 8 de mayo. En su artículo cuatro apartado 1 se dice: “ El permiso de conducción de las clases C1, C1 + E, C, C + E, D1, D1 + E, D y D + E tendrá un período de vigencia de cinco años mientras su titular no cumpla los sesenta y cinco años y de tres años a partir de esa edad.»
Este mismo Reglamento de Conductores recoge que el período de vigencia de las diversas clases de permiso y licencia de conducción puede reducirse si, “al tiempo de su concesión o de la prórroga de su vigencia, se comprueba que su titular padece enfermedad o deficiencia que, si bien de momento no impide aquélla, es susceptible de agravarse”. Una importante precisión que deja la puerta abierta a limitaciones en la autorización administrativa; porque no olvidemos que el Estado “autoriza” a los conductores a ejercer esta función.
La vigencia de esta autorización se renueva mediante un acto administrativo que obliga únicamente a un reconocimiento psicotécnico y al pago de unas tasas. Todo ciudadano en posesión de su permiso puede renovarlo
En teoría, toda persona que supera este examen psicotécnico está en condiciones de conducir. Cualquiera que sea su edad. Pero en la práctica esto no es así. No todos los que superan el examen deberían de ponerse al volante. Este examen psicotécnico determina exclusivamente unas condiciones mínimas visuales, auditivas y sensoriales, pero no mucho más pese a su rimbombante nombre. En muchos los casos, el propio examen ni siquiera lo lleva a cabo un profesional médico, sino un auxiliar. Lejos de nuestra intención desprestigiar a los profesionales que llevan a cabo esta labor de reconocimientos, pero nadie puede afirmar que este teórico filtro sirva para detectar conductas irresponsables, facultades reducidas o incluso limitaciones psicológicas causantes de accidentes. Hace no mucho tiempo me comentaba el director de una de estas agencias que no se pueden detectar trastornos tan frecuentes como el alzheimer, por lo que deduce que por nuestras carreteras hay centenares o miles de conductores en estados iniciales de esta degeneración cognitiva; conductores que pueden haber olvidado el significado de las señales o incluso, momentáneamente, su ubicación espacio-temporal.
Es evidente que tampoco puede convertirse la renovación del permiso en un chequeo médico en toda regla. Ni tampoco establecer límites de edad para una función tan usual como la conducción. Entre otras cosas porque tampoco existe para actividades cotidianas con igual responsabilidad.
Admitamos pues la dificultad de establecer una norma para limitar la conducción. Y llegaremos a la conclusión de que debe de ser el propio conductor (como hizo la reina Isabel) quien limite o reduzca su disponibilidad para conducir. Y me permito dar algunos apuntes (que no consejos) para reflexionar sobre nuestra capacidad al volante:
- La experiencia no es un grado. Nunca debe servirnos de argumento el disfrutar de decenas de años de conducción sin contratiempos. Hay que valorarla en su justo término.
- Los coches y las vías modernas son muy distintos a los de los años en que obtuvimos nuestro primer permiso. Es muy fácil perder las referencias de velocidad y por otro lado, es poco recomendable estar en permanente vigilancia del velocímetro. La velocidad de confort y de legalidad hay que “sentirla” sin necesidad de instrumentos. Si no es así, comencemos a pensar que estamos sobrepasados.
- Mal asunto si empezamos a notar que todos los que nos rodean son malos conductores. Suele ser síntoma de que estamos equivocados en términos absolutos.
- Si en condiciones adversas se nos incrementa la tensión de manera significativa, es señal de que ¡nos estamos volviendo mayores! La lluvia, la niebla, conducir de noche o con mucho tráfico siempre nos debe de incrementar la atención; pero si nos causa una tensión sobreañadida, mala señal.
- Prueba a conducir otro coche. El de un amigo o un familiar. Si te cuesta adaptarte a su conducción, es que estás perdiendo facultades. En la conducción, como en tantas otras cosas de la vida, hay que abandonar las zonas de confort para establecer nuevas referencias y analizarnos a nosotros mismos. Exactamente lo mismo ocurre al volante.
- Ten siempre presente que una cosa es manejar un automóvil y otra cosa es conducir. Y todo conductor sabe perfectamente a qué me refiero. Lo primero únicamente exige una habilidad (que es precisamente lo que analiza el examen psicotécnico), mientras que en la conducción intervienen aspectos como la responsabilidad, el respeto a los demás, el sentido común y un amplio cocktail de circunstancias.
- Y finalmente, disfruta. Disfruta de la capacidad de desplazarte; de la movilidad que te otorga un medio de transporte que ha revolucionado al hombre erecto. Si no disfrutas conduciendo deja el volante a otras personas, pero no renuncies a esa movilidad.